miércoles, 4 de junio de 2014

Sink.

Tan difícil era aguantar al final del precipicio que él echó a volar, dejando pocas pistas en la tierra y ni una pluma flotando. Yo que creía que en este viaje había hueco para dos, que no hacía falta buscar respuestas en mapas, que teníamos todas las reservas hasta arriba, que nos calmábamos la sed con la boca.

Pero el cielo es grande y lleno de nubes, y a veces cuando subo la cabeza le imagino recorriendo la osa mayor de lado a lado, jugando en las puntas, como con mi pelo, esquivando tormentas eléctricas, como su piel.

Si pudiese encontrar las coordenadas para volver a verle, allá en lo alto, apagaría los faroles que quedan aquí abajo, y emprendería una marcha sin norte, yendo hacia el sur, donde una vez me preguntó que si en el centro de esta tierra podría encontrar refugio, que quizá, no muy tarde ni muy lejos, hallaríamos la forma de hacer que el sol nunca se marche, de que siempre quede luz en esta historia de matices.

Hoy la luna se las calla y arriba sólo queda un mar lóbrego de estrellas.

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