martes, 27 de noviembre de 2012

Despertarte, para luego comerte, más tarde besarte y volver a dormirte.






A veces me pregunto qué le pasa a mis manos con tu espalda, a mi oreja con tu boca y a mis pupilas con las tuyas. Tienes ganada la batalla de miradas, y antes de luchar me haces creer que soy yo la que sostiene la espada muy cerca de tus comisuras, la que asusta que te arrastre con ella al placer, la que tiene ventaja en sacarte sonrisas y sin embargo, mucho antes de un guiño de ojos, soy yo la que cae rendida en tus brazos. Tuviste la suerte de encontrar como arma las palabras, esas que me ponen contra la pared, pidiendo que me vengas a salvar, aunque en este caso seas tú el personaje malvado de la historia. Y es que hay noches que yo sola me pongo en peligro, muy en silencio y de puntillas, salgo corriendo, para encontrarme con la distancia y la amenazo con que no se ponga más de tu lado, para que así aparezcas y peleemos entre besos que ahogan, caricias que arañan y canciones que queman.
No lo niego, no me importa que seas tú el que gane mientras que sea yo la que consigue que luches.