lunes, 30 de junio de 2014

Notas

Él sabía cuando cruzó la puerta y sonó la campana, que no quedaban reliquias como esa. Pelo liso fino, color heno, manos pequeñas y sonrisa señalando a su ojo izquierdo. Vestido corto, labios rojos que escuecen y cuello que se hunde. Pero el precio aumentaba conforme rozaban los vasos la mesa de madera, mientras la guitarra chirriaba cientos de nombres sin apellido, contratos temporales de besos en verso, de sal sin tequila, de bragas mojadas y cinturones rotos.
Se oía un tic tac suave, tarareando pensamientos que se gritan con la boca sellada, y que un abrir sin cerrar de ojos te besan y te dejan la piel llena de calambres. Llévatela, o quédatela para siempre, olvídala o escribe cien poemas, pero tiene entre las piernas el peligro de cien velas al lado del gas, el miedo de hundirse en la piscina por el lado más hondo, una carta sin sello, una cartera sin cuero, un rosal sin espinas, clavándose dentro, suspirando profundo, queriendo de más.
No se puede jugar todo a un número pequeño de anhelos, a la sombra de tu figura en la cama, a un comodín, si hay que apostar, apuestalo todo, juégate el cuello, arrastra tu culo, y quédate el premio, ella amándote una noche más o una vida entera.

1 comentario:

  1. las últimas frases son las que más me han gustado, tienes una manera de escribir, a mi modo de ver, impactante y precisa.

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